Valga decir que estoy haciendo la tesis y que concedo que a nadie
le puede importar en absoluto más que a mí. Sobre todo porque las tesis de
licenciatura son documentos ostensiblemente ―hasta ahora― muy aburridos de
redactar y bastante más de leer. En la entrada anterior dije no sé qué de
Martín Barbero. Y de pronto me acordé de Woody Allen en Annie Hall al borde del colapso nervioso por
tener que aguantar a un palabrero formado detrás de él presumiendo su
ignorancia en materia de Marshall McLuhan y en general su ignorancia sobre todo
lo que decía, muy bien disfrazada, por supuesto, en la venturosa ceguera de su
interlocutora, consistente en un de
todos modos a quién le importa quién sea ese tal McLuhan. Ahora he pensado
que las tesis, y en general el conocimiento en las ciencias humanas, no son
sino este caso de Annie Hall repetido ad nauseam. A quién de verdad puede
interesarle si el fundamento está en Eco (1967) o en Aristóteles (-340), cuando
todo es lo mismo, el autor queriendo decir cosas y queriendo ser autor, pero
escudado prudencialmente en la ablación del yo y en la veneración indiscutible
de los antecedentes de lo que sea.
Los griegos fueron un pueblo
suficientemente ellos; creo que cuando hojeamos a Platón, a Aristóteles, a
Luciano, vemos en concreto aquello de que todo hombre es contemporáneo a
cualquier otro, al menos en sus reflexiones y en su capacidad y aptitud para la
ciencia y las artes. Leyendo a los griegos se sospecha que sus grandes avances
surgieron de una muy oportuna falta de respeto hacia lo anterior y de una
intuición lo suficientemente agresiva como para no pedir permisos a la historia.
Sería muy considerado recordar
que es imposible hacer otra cosa que no sea lo de siempre, el lugar común.
Vivimos en el mundo, vaya. Es cierto que cualquiera puede decir lo que sea
cuando quiera, usando las palabras de quien sea en el modo que desee.
Cualquiera puede decir que Nietzsche tal, que Foucault tal, que Heidegger tal.
Y no hay ninguna autoridad competente para asimilar como correcta una u otra
aseveración. En mi tesis querré exponerme a mí, colgarme de argumentos
parecidos y echarlos al molde, así sea a la fuerza. Porque probablemente no
entendí a Heidegger, pero igual lo cito y seguro que mis sinodales muy
contentos.
Estamos en la oscuridad con nuestra
insignificancia y nuestro miedo a la muerte, con la fe (alguno), con la ciencia
o el arte otros. Todo es instrumental, todo, a su modo, innecesario y vano. Es
otra vez como McLuhan en Annie Hall: cualquier incompetente puede hablar
incorrectamente de lo que sea, yo puedo citar a quienes quiera, torcer sus
palabras a mi conveniencia, destruirlos a ellos mismos con tal de seguir siendo
yo, que hablo por sus bocas, desde sus palabras muertas, desde su imposibilidad
de eternidad, desde la aspiración de la humanidad completa a una eternidad
factible, impensable desde lo individual. Quizá todo intento humano se adicione
en el esquema de algo mayor que desconocemos. Pero no cabe jactarse en esta
idea, no por todo lo que perece, o incluso de todo lo que nos sobrevive,
aparentemente trascendental (únicamente en lo material y en las mentes
materiales de personas que también morirán). Sólo cabría pensar: esta obra
existió así. Es el único razonamiento noble, humilde, digno: las cosas han
existido. Quedan vestigios sobre el planeta. Diría algún fray Guillermo que lo
mucho o poco que sabemos ha sido leído todo desde los muy limitados signos de
nuestra Tierra. No hay más. No podemos opinar desde Beta Centauri ni desde
Neptuno. Tenemos una cantidad finita de razonamientos, de argumentos altamente
susceptibles de sucumbir.
Pero el hombre es uno, único, total. Todos
los hombres son el hombre, cuánto
entiendo ahora a mi amigo Carlos Rojas. Y a Paz, todos los siglos son este presente.
Y a Borges, y a todos y a
quien sea: todo hombre es capaz de toda cosa, del Quijote, del Ulises, como
quiera que sea, sus logros se añaden como peldaños de la ignota escalera del
conocimiento humano, triste escalera de la que no conocemos el destino ―si es
que hay uno―, y donde podemos osar fingir, pretender que cualquier peldaño es
valioso y mejor que el que le antecede, como si todo fuese progresivo, y
olvidando un poco que, por el contrario, todo es simultáneo. Bacon, Saussure,
Kafka, yo mismo, un solo tiempo, una sola capacidad contemporánea de
pensamiento, ninguna previa a la otra, la posmodernidad en cualquier sentido
para siempre y desde siempre. Las cosas humanas no están circunscritas
obligadamente a la temporalidad. Ocurren siempre como pudieron ocurrir siempre,
eternos retornos, repeticiones a discreción. Todo es tan posiblemente todo que
cansa enunciarlo y se prefigura el vacío de Zarathustra, esgrimir por arma
aquello que intenta destruirse. Metafísicamente, fenológicamente,
hermenéuticamente, numéricamente, todo tan lejos del punto axial, tan profundo,
tan lejos de las falsas alturas. Tan, pero tan. Necesito hablar desde los
demás, pero no hay sino mentira.
La única consiente de que existes es tu sombra...
ResponderBorrarSignificativamente se encuentra en aquella mente que vio sus labios cerca de la vainilla, que le ha visto sentado disfrutando de la paz de las letras. Aquellos ojos del ser para el que existe porque le piensa en todo momento.
ResponderBorrar:)
Hoy es siempre todavía. ¿Preparas una tesis de filosofía? Hay que correr el riesgo de mirar el vacío y no agarrarse al argumento de autoridad. Tienes madera de sobra y tu palabra será la de todos aquellos que te precedieron en el tiempo, o no será. Esta entrada es emocionante. Estimado Don Belianís, no ceje nunca en este empeño poético.
ResponderBorrarEstimado Manuel, como siempre es un gusto verle por acá y le agradezco sus visitas, siempre tan esperadas y alentadoras. Puedo decirle que la tesis está queriendo ser de cine, aunque ya bien lo sospechará, con estos mismos alientos poéticos que la tienen muy bien agarrada y sometida. Será para bien, espero; un cine muy en la línea de la obsesión con el tiempo y el lenguaje. Puras trampas, como quien dice. Va un saludo para allá.
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