septiembre 02, 2012

Sobre J. L. Brea


Como aparece en :: salonKritik ::


Hoy hace dos años moría en Madrid José Luis Brea.
Yo pude saber de él y de su obra por la mención al aire que hacía un amigo de sus textos, diciendo que escribía muy bien y que podía servirme en la tesis —que por entonces iba siendo de cine y estaba totalmente infundada.
Puedo asegurar que esa mención bastó, porque no fue como que alguien me compartiera un texto, o como que lo hubiese leído en una compilación. Sólo puse “Brea” en el buscador y se desplegó una serie de sitios y recursos muy vasta, acaso la más fructífera y estimulante con la que me he topado.
El encuentro con su obra y persona me dejó naturalmente marcado —para bien— y me permitió ensanchar las concepciones que yo me hacía de un montón de cosas, particularmente en torno a la crítica y al arte. Hasta entonces las dos cosas aparecían en mi discurso con una gran pobreza conceptual, formadas ante todo por la adición desmesurada de lugares comunes y romanticismos anacrónicos.
Ahora sé que por Brea llegué a enterarme de los Estudios Visuales, llegué a percibir en mí una incredulidad nueva y revitalizadora hacia los contenidos de quienes decían producir cultura; llegué a sentir natural la puesta en controversia que él invitaba a practicar ante la descarada vacuidad de los discursos artísticos contemporáneos. Todo esto, me parece, sigue permeando mi forma de reflexionar.
Por Brea llegué además a muchos otros excelentes autores de los que seguro no habría escuchado de otro modo: Mieke Bal, Safaa Fathy, W. J. T. Mitchell… Supe así también de ese espacio inquietante y enrarecido que es el net.art y me divertí a lo grande viendo páginas y páginas de sitios exclusivamente curados para la expectación.
Pero en general me lamentaba de haberme topado con esta estupenda persona tan tarde. Recuerdo que me pareció ilógico ver la cantidad de proyectos que quedaron en marcha gracias a su iniciativa, la de libros y ensayos que había con su nombre en la portada, el movimiento, el dinamismo de todas esas comunidades que ayudó a reunir. Y todo eso no cuadraba con el hecho de que lo que veía fuera obra de una persona que ya no estaba.
Entiendo, y aquí me voy a andar con cuidado, que por razones de índole distinta a la académica no se le ha aceptado abiertamente en muchos ámbitos, o al menos no en todos en los que su obra resultaría pertinente. Yo no puedo hablar de esto, principalmente porque soy mexicano y porque no conozco dicha situación. Pero quizá precisamente porque soy mexicano y no español he podido leer su obra sin ninguna clase de incomodidad en mis compromisos ideológicos, y sí más valorándolo como lo que siento que es: uno de los más preclaros teóricos del arte y la cultura de los últimos tiempos, particularmente de las últimas tres décadas, uno de los pocos escritores en español que se aventuró a teorizar fenómenos que a mucha gente correcta le habría gustado permanecieran ocultos.
Sé que en vida trabajó apasionadamente en decenas de proyectos, promoviendo la formación de espacios para la enseñanza crítica del arte en España, la puesta en duda de todo lo no demostrable, el rigor inclemente a la hora de construir o desmantelar discursos simbólicos.
Me gustaría que más gente llegara a su obra y a todos los proyectos que dejó tras de sí, sobre todo porque el mundo en que quiso desenvolverse es un mundo esencialmente angloparlante y me parece un desperdicio que las cosas lleguen hasta ahí por pura frontera lingüística. Yo ni lo conocí ni fui su alumno, pero sé que nos hemos quedado sin su opinión para este mundo convulso que le aventaja ya dos años, pero que exige de una explicación siquiera la mitad de aguda y satisfactoria de lo que él habría propuesto.

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