septiembre 21, 2012

Inaccesibilidad casi evidente


In Absentia, Regina Silveira

Entré al bachillerato y sentí que iba siendo por primera vez en la vida consciente de las cosas. Todo lo de antes no valía: la primaria, el kínder… qué de tonterías; había sido una pérdida de tiempo, un puro regar aquel algodoncito con semillas esperando germinara, pero sin lograr que se pronunciara mientras tanto a favor o en contra de nada. Larga maduración. Necesaria, pero vacía de recuerdos o experiencia. O así me lo parecía.
Y ya digo, entrando al bachillerato, qué nitidez había en las cosas. Me sentía redescubrir todo. Definir con palabras bien puestas en el cuaderno lo que hasta entonces me había supuesto la vida, no sólo ya escenario y situación obligada, no ya la anécdota, el sueño largo de refrigerios y memoria de pez. Ahora lo tenía todo en las manos, lo volvía lenguaje, lo apretaba contra mi cuerpo. Era mío.
Creo que hasta entonces no percibí verdaderamente, por ejemplo, que había un mundial de futbol. Que había juegos olímpicos. Releí las novelas de mi infancia a la luz de una claridad, creía yo, nueva y aguda. Minuciosa. Resumí finalmente que nunca había puesto atención a nada, que a partir de entonces empezaba una etapa indiscutible en la que recién entregaría mis sentidos de lleno a lo que se presentara.
Entrando a la carrera tuve otro vuelco de conciencia. Fue —pensé entonces— de tal intensidad que todo lo anterior lucía ridículo y superficial. ¿Cuál conciencia? No: ahora sí que la tenía. Ahora escribía y me daba cuenta de cómo lo hacía. Veía películas y sentía que hasta el momento mi criterio no había arrojado sobre ellas ninguna conclusión de valor, leía y era siempre la primera vez. Estaba tan al tanto de mis limitaciones intelectivas, me veía a tal punto entregado a lo que me parecía una concepción madura sobre mi situación, me hacía un juicio tan ecuánime de las cosas, que no podía sino estar llegando a la conciencia. Pasado ese punto no habría más. Sólo ahora empiezo a ser consciente, ahora y nunca antes.
Salí luego de la carrera. Y a medida que las cosas se distienden y superan mi horizonte, más me resigno a aceptar que no sé de ellas. En esta concatenación conciencia-inconciencia el eslabón lógico sería decir que ahora sí sé algo, que ahora soy, concluyentemente, consciente de mi conciencia. Pero qué gran necedad sería. Después de tantos sucesivos desengaños, de estas inmersiones imprevistas en rumbos por lo visto cada vez más autoconscientes ¿qué cabría presumir sin sonar efímero y vulgar? Nada. Qué arrogancia a esta altura no entender que a las cosas les divierte escapar y borrar su rastro. Lo más humilde, lo más acertado, es aceptar que estas grandes conciencias, ampliaciones de las que les antecedieron, serán siempre pequeñas y risibles respecto a sus sucesoras. O será así hasta que la entropía las devore a todas juntas, como sea.
Creo que la más grande conciencia de la que puedo hablar hoy es esta: Lo que empieza a encajar en una figura es transitorio. Mañana no será así. Que vengan otros a decir que saben cosas.

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