septiembre 12, 2012

Les dites cariatides

Este pequeño documento me trajo el recuerdo de quienes cuentan leyendas en Guanajuato. Creo que es por esa cualidad arborescente de las anécdotas que hace a un elemento llevar a otros y enhebrarlos para siempre como abalorios en un hilo. Al final, por supuesto, el collar resultante es siempre largo y multicolor.
En ciertos lugares un nombre te lleva a un lugar; un callejón a un crimen nocturno; una mujer a una maldición; el pasado de una plaza o una fuente al mismísimo demonio. Así sucesivamente, todo es tan viejo que no puede callarse.
Nunca he ido a París, y a decir verdad es algo que ambiciono menos cada día, pero resulta muy claro el hecho de que es una ciudad antigua y entonces no puede sino verse cubierta de voces.
Les dites cariatides (1984) es la segunda cosa que veo de Agnès Varda. La experiencia fue cualitativamente mejor respecto a Réponse des Femmes. En esta ocasión Agnès salió con su cámara a catalogar ese diálogo bajito que es el de los grupos escultóricos en las fachadas de los edificios parisinos (por supuesto las reglas de urbanización en París son mucho más cabales y respetables de lo que jamás serán en casi cualquier ciudad de mis rumbos), y lo que se siente entre estos edificios es un diálogo verdadero de formas y espacios. Pero eso qué.

“Mi papá es el más fuerte y mi mamá la más bonita…”

Como ya va quedándome claro a esta temprana altura, Varda ha de insertar a fuerza algún comentario feminista en su discurso. No está mal, ni lo estoy poniendo en cuestión. Finalmente es su voz y es lo que se agradece, que se despegue de las muchas otras. Lo que sí me da un poco de temor ―aunque no ha sido el caso todavía, pero por un pelito― es que las imágenes empiecen a lucir como mero abrigo de una postura que sepa a propaganda.

“Él solo y con una única mano aguanta todo un edificio…”

Hablaba ya de las anécdotas. Ver una película que se apega a lo que podría ser la construcción de algo hablado permite admitir que eso mismo le hace parecer una plática; es siempre divertido poner atención al modo en que crece y evoluciona una conversación cualquiera, la de temas que se pierden en el caos de intervenciones, las florituras y vueltas atrás, lo improbable de los saltos de un tema a otro. Cada diálogo tiene vida por su cuenta.
Comparándolo entonces a una conversación, Les dites cariatides tendría un desarrollo análogo: tras señalar con cierta ironía que las columnas de porte masculino, los Atlantes, bien pueden cargar un balcón ellos solos, y que las Cariátides, columnas femeninas, van siempre acompañadas o necesitan por lo menos ser una pareja para repartir mejor el peso, Varda se desvía para recordar las razones de este elemento arquitectónico, castigo eterno para aquellas mujeres griegas que prefirieron apoyar a los persas antes que a su pueblo, ahora para siempre con una carga en la cabeza.

“Los hombres son fuertes y musculosos. Por tanto es necesario que los músculos sean visibles.
Que el esfuerzo sea visible. Que la tensión del rostro se note…”
En la mujer el esfuerzo no se nota. Un cierto ideal de mujer.

La música es de Reameau con piezas de piano, y también suena una adaptación extraña de La Belle Hélène, de Offenbach. La cámara traza líneas que sugieren las que tienen las fachadas. Es muy agradable sentir que hay algo de ese placer un poco distraído del turista al recibir información encantadora y no muy importante.
Y como en todo diálogo normal, Agnès acaba muy muy lejos, hablando de Charles Baudelaire, de su muerte y afasia final. De su poesía. ¿Verlo? Claro. Puede ser aquí, aunque sin subtítulos. O con algo más de paciencia, vayan al blog de scalisto.

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