Entre
la excusa inservible de lo que un mundo real demanda [lo mucho
que éste aleja de intereses espirituales verdaderos y necesarios], y la aridez
de leerme y comprobar antiguos textos espejo horrible de algo que yo he sido,
de un modo anterior de pensamiento que hiere por ridículo e inaceptable.
Hace unos minutos resubía una entrada que
existió en un blog mío de Wordpress que durante dos meses atendí por motivos
lógicos hasta que fue inútil. Si consideré el repost fue por el recuerdo
agradable de lo que supuso escribir aquello. Bastó verlo en el marco de Blogger
para sentirlo aberrante, desencajado, estúpido.
No sé a qué punto puede llegar el dolor de
tratar con uno mismo, con la inconsistencia profunda de dos tiempos del yo. Ni
siquiera sé si es algo común o si tiene sentido que lo diga. Pero veo que lo
importante es que no haya cedido a la seducción de ese repost.
La entrada que ya no publiqué [que tampoco publicaré nunca] tenía algo de encanto humorístico, sí, pero a costa de lo que me pareció una búsqueda deliberada de efecto en el lector. Me desconocí, eso es todo. Y gracias a ello tengo ahora el sustento para esta reflexión, que finalmente es más mía que ese otro texto. Y aunque sea frágil y dubitable como todo lo que escribo, me parece que sale honesta por lo que le abriga —reconocerme—, y por la esperanza de suscitar la clase de afinidad que despierta en mí la escritura de otras personas donde lo más evidente es que también ellas quisieron reconocer algo, incluso si ese algo es ajeno a mi experiencia.
La entrada que ya no publiqué [que tampoco publicaré nunca] tenía algo de encanto humorístico, sí, pero a costa de lo que me pareció una búsqueda deliberada de efecto en el lector. Me desconocí, eso es todo. Y gracias a ello tengo ahora el sustento para esta reflexión, que finalmente es más mía que ese otro texto. Y aunque sea frágil y dubitable como todo lo que escribo, me parece que sale honesta por lo que le abriga —reconocerme—, y por la esperanza de suscitar la clase de afinidad que despierta en mí la escritura de otras personas donde lo más evidente es que también ellas quisieron reconocer algo, incluso si ese algo es ajeno a mi experiencia.
Esta confrontación se ha parecido a lo que ocurre
cuando se me obliga al consumo de una obra en que la prioridad es el efecto, y
donde se respira el miedo de su locutor por ser entendido de un modo que no sea
el deliberadamente querido por él, reiterando la forma con escándalo para
perfilar una intención hasta la náusea.
Todo esto matizado por una frase muy bella,
para el caso muy agridulce, que me encontré del cineasta Jean Renoir: Lo
terrible de este mundo es que todos tienen sus razones. La sorpresa ha sido ver que una razón pueda mutar tan rápido. Y que también por ello la comprensión esté lejos de lograrse verdaderamente en casi todo ámbito.
Escribir, quemar, escribir... para mi sigue siendo igual sólo que ahora (virtualmente) los demás ojos lo queman por mí. Gusto leerte de nuevo.
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