Los
períodos entregados al trabajo en el sentido tradicional del término suelen ser
períodos de grave sequía en la imaginación y el ensueño. Cuando he trabajado me
hundo de inmediato en el suspenso, en una irritación completa llena de vueltas
atrás. No pienso en nada. No existo desde mí. Sólo funciono.
Dejo de trabajar y ya al día siguiente, la noche
siguiente, las ideas vuelven. Basta el silencio. Basta leer cualquier cosa, ver
un video, descansar, ceder. Es mi mente (soy yo) otra vez y todo como lo
dejara. Tampoco que se me anegue el cerebro de genialidad. Pero vaya, sí dos
que tres hierbitas comparadas al desierto en que me convierto cuando me obligo
a ser útil un día tras otro.
Me han querido convencer con dos pedazos inconciliables
de argumento: hacer lo que te gusta para 'dejar de trabajar' el resto de tu
vida; el segundo: trabajar en cualquier cosa menos en lo que te gusta, así no
traicionas el ideal humano de lo que nutre tu espíritu cobrando por ello.
Diría mi abuela: vayan al arroyo. Los dos.
Tu abuela dice la pura verdad. Dos tópicos inservibles, en la cuerda floja se equilibra uno mejor.
ResponderBorrarUn abrazo
La imagen es precisa. Creo que entonces me ha faltado conocer a más de los que abogan por esta cuerda. Gracias, Manuel. Un abrazo.
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